Ya estaba en camino, ya estaba encarada. Era cosa de perseverar y comprender que estas figuras eran cosa de un guión gnóstico, de un plan trazado, de un libro pétreo escrito en la roca. Obedecían a un Templo abierto al cosmos, sin límites, pleno de símbolos como las Esfinges, con unos ejes invisibles que operaban dentro de la más pura geometría sagrada.
En este caso, un Templo semejante al de Marcahuasi en Perú y al de Tepoztlán en México.
Pero este Templo se encuentra en Europa. Dificultad añadida a causa de nuestra mentalidad racional fuera de toda magia y de haber asentado las bases, al parecer inamovibles, de la prehistoria y protohistoria de sus pueblos. Todo se ha dicho sobre Europa, pero algo profundo se resquebraja hoy en su pensamiento, en sus cimientos y hoy Europa se halla inmersa en un severo dolor de pecho. Y ¿de verdad se ha dicho todo?. Creemos que no. Sospechamos que la historia de hoy será la falsedad de mañana.
Una montaña sagrada como Montserrat es una Arca Santa, con sus grutas naturales, con sus anacoretas, con su lago subterráneo, con su virgen negra, con su misterio aún por desvelar <abiertamente>. Las fuerzas telúricas en el interior de esta Arca Santa acogerían en el pasado al hombre en busca de su iniciación, de su renovación física y psíquica, de su nacimiento espiritual.
El hombre que hoy llamamos: El Gran Pensador, o el hombre de Acuario, prototipo del Hombre iniciado, o renacido como un Cristo, con sus potencialidades bien afloradas, se halla al final del eje del Templo, en cuyo extremo opuesto estaría marcado por la figura del Guardián, el vigilante apostado en las entradas del Templo: la esfinge del Gran Felino, guardando a su vez las entrañas de esta Arca Santa.