No hay duda que en ocasiones todos atrapamos ráfagas de certeza. Hay que escucharlas. Les llamo “radiaciones de certeza” que conforman la inspiración y son el tirón para seguir por el camino intuido, y a golpe de estas ráfagas iluminado, dándonos vía libre.
Pero para hacer una obra larga, el trabajo de investigación y el estudio son fundamentales. Para saber un poco se tiene que bucear constantemente en un mundo de libros. Y mientras tanto llega la inspiración.
En este caso, lo fundamental del libro “El Templo abierto de Montserrat”, se basaba en la certeza de que la Península Ibérica podía albergar por toda su geografía, cualquier elemento de remota antigüedad, cuanto más sagrado mejor. Luego, una vez hallados los indicios del Templo en Montserrat, comprendí sin dificultad que podía darse aquí en esta montaña sagrada desde remotas edades y aceptarlo sin temor o duda.
Cuando inicié esta tanda de visitas a la montaña, una vez jubilada, las primeras veces fue dando un simple paseo por la naturaleza.
Los primeros días no iba ni calzada adecuadamente y cuando me sobrepasaban los montañeros con drástica “vestimenta”, los miraba perpleja al no faltarles ni un detalle, al igual que sucedía a la inversa que me faltaban todos. Pero, por lo que se fue viendo, mi Espíritu y fuerza suplieron todo lo demás y no me caí ni un solo día.
El principio no pudo ser más inocente. Al poco ya llevaba cierta vestimenta adecuada, cámara fotográfica en ristre, bocadillo, agua., etc. Toda una profesional… pero sobre todo calzado adecuado.
Mi proceso interior me pedía acercarme a las rocas y convivir con ellas, cobijarme, fundirme en la roca. Recuerdo que cuando subí a la Foradada por segunda vez, una templada tarde de Otoño, me tendí en el suelo y no hubo mejores momentos de meditación y fusión con la roca que aquellos.
Sin estar acabado un libro que estaba escribiendo, inicié estas visitas con regularidad, como un llamado intuitivo que a ciencia cierta no sabría explicar. Era el año 2015. Nada claro me motivaba el ir a Montserrat, pero no podía dejar de hacerlo, y las visitas se convirtieron en un imán poderoso.
Y me di cuenta que a Montserrat subía bien pero bajaba mejor. Eran como curaciones de alma y cuerpo, tal era la impregnación magnética de las rocas, y mi predisposición hacia ellas.